G. E. M. Anscombe 

Metaphysics and
the Philosophy of Mind (1981)

Elizabeth Anscombe

Metafísica y filosofía de la mente

I La intencionalidad de la sensación

Una característica gramatical

II Sensación

En la filosofía de la percepción sensible existen dos posiciones opuestas. Una de ellas dice que aquello que percibimos inmediatamente en la sensación son las impresiones sensibles, llamadas “ideas” por Berkeley y “datos sensibles” por Russell. La otra, propuesta en la actualidad por la filosofía del “lenguaje ordinario”, dice por el contrario que, en realidad, vemos objetos (en el sentido moderno amplio, que incluye, por ejemplo, a las sombras) sin tales intermediarios. Esta posición suele estar acompañada por la idea de que no puedo ver (o, quizás, sentir, oír, gustar u oler) algo que no existe, así como no puedo golpear algo que no existe: solo puedo pensar que veo (etc.) algo que no existe o solo puedo ver algo que no existe según un uso ampliado de “ver”. En general, me referiré a la vista, tal como hace la mayoría al tratar este tema. Los demás verbos reciben un tratamiento diferente, por buenas razones (que no son muy relevantes para nuestro asunto), en especial en la filosofía del lenguaje ordinario.

Mi intención es afirmar que ambas posiciones son erróneas; ambas entienden mal los verbos de percepción sensible, porque estos verbos son intencionales o tienen un aspecto esencialmente intencional. La primera posición malinterpreta los objetos intencionales como objetos materiales de la sensación; la otra solo admite los objetos materiales de la sensación; o, en todo caso, no admite una descripción de aquello que se ve que sea, por ejemplo, neutral respecto de algo real (una mancha) o una imagen remanente, ya que solo nos presenta el contenido de una experiencia visual donde aún se desconoce sí lo que se ve es un punto real o una imagen remanente.[4]

Para observar la intencionalidad de la sensación solo basta considerar unos pocos ejemplos demostrativos.

  • “Al entrecerrar los ojos mientras uno mira hacia una luz, se pueden observar rayos que se proyectan desde ella”.
  • “Veo muy borrosa la imagen: ¿está borrosa o son mis ojos?”
  • “Gire estas manecillas hasta ver un pájaro en el nido” (aparato para medir el estrabismo; el pájaro y el nido están en tarjetas separadas).
  • “Veo seis botones en el abrigo de aquel hombre; no veo más que muchísimos copos de nieve enmarcados por la ventana, es un número indefinido.”
  • “…un espejismo. Un peatón que se acerca puede no tener pies (en su lugar hay un pedazo de cielo)”.[5]
  • “Con este audífono, cuando hablas oigo algunos chirridos; los graves no se escuchan y las consonantes son difíciles de distinguir”.
  • “Oigo un zumbido en los oídos”.
  • “Oí un estruendo terrible allí afuera y por un momento me pregunté, asustado, qué gran máquina o riada podría estar ocasionándolo. Luego, me di cuenta de que no era más que mi perrito roncando a mi lado”.[6]
  • “¿Has experimentado cómo un sabor puede ser bastante indistinto hasta que sabes qué estás comiendo?”
  • “No dejo de sentir olor a goma quemada, aun cuando sé que no hay nada de eso alrededor”.

Quien afirme que, en casos normales, los verbos de sensación se utilizan correctamente solo con cosas reales como objetos —e incluso cuando las cosas reales están bien caracterizadas— diría que estos son usos excepcionales. El contexto (aparato para medir la visión), o bien, lo que se dice, con el tono de voz y el énfasis especial adecuado, así lo demuestran. Se supone que había un número definido de copos de nieve que caían y se podían observar desde cierta posición, y que ese era el número visto; el sujeto no sabía cuántos había, no fue capaz de discernirlo como sí pudo discernir la cantidad de botones en el abrigo. Así lo expresó al decir que no veía un número definido de copos de nieves; pero este es un uso peculiar de “ver”, distinto del uso más común que se puede apreciar en el ejemplo siguiente:

  • “Recién vi a alguien en el estudio”. “¡Imposible! No puede ser, porque no hay nadie allí”. “Bueno, me pregunto qué vi, entonces”.

Pues bien, esto es posible; por otra parte, el oculista que mide el grado de estrabismo no necesita enseñar un uso nuevo de “ver” o de “Veo una (imagen de un) pájaro en un nido” antes de preguntar “¿Ves el pájaro en el nido?”, aunque la imagen del pájaro y la del nido estén separadas en el espacio. Decir que tal uso es “nuevo” solo significa que cierta diferencia entre este uso y lo que se denomina el uso antiguo nos resulta importante.

La realidad es que sí hay una diferencia importante, pero es incorrecto considerar que los usos que marca están fuera de la norma, por así decir, ya que nuestros conceptos de sensación se construyen a partir de todos estos usos. La diferencia que marcamos es que, en estos casos, las frases objetivas se utilizan con objetos que son, en su totalidad o en parte, meramente intencionales. Esto se manifiesta en dos características: ni la posible inexistencia (en la situación) ni la indeterminación del objeto representan una objeción a la verdad de lo que se dice.

Pues bien, las teorías del ‘lenguaje ordinario’ y de los ‘datos sensibles’ cometen el mismo error, que es no lograr reconocer la intencionalidad de la sensación, aunque adoptan posiciones contrarias en consecuencia. Este error se puede ver con claridad en un filósofo del lenguaje ordinario si insiste en que lo que digo que veo debe estar realmente allí, a menos que mienta, me equivoque o utilice el lenguaje de manera “extraña” o amplia (y por ende descartable).

George Berkeley

El filósofo de los datos sensibles berkeleyanos comete el mismo error al insistir, por ejemplo, en que uno ve impresiones visuales, datos visuales. Yo diría que este filósofo hace una inferencia incorrecta a partir de la afirmación gramatical verdadera de que el objeto intencional, la impresión, el objeto visual, es lo que se ve. Entiende la expresión “lo que se ve” materialmente. “La impresión visual es lo que se ve”, que es una proposición similar a “El objeto directo es lo que él envió”, se malinterpreta como “Ves una impresión”, de una manera en la que jamás se malinterpretaría la otra oración (como “Le envió un objeto directo”).

Este es un error más interesante —y siempre tentador— que el otro, cuyo atractivo no es más que una reacción del sentido común contra una mirada de tipo berkeleyana. Pero ambas doctrinas dicen algunas cosas muy acertadas. Tomemos la doctrina del ‘lenguaje ordinario’.

Primero, lo que denominaré el uso material de los verbos de sensación existe. El uso material de “ver” es un uso que exige un objeto material del verbo. “No pudiste haber visto un unicornio, los unicornios no existen”. “No pudiste haber visto un león, no había ninguno allí”. Estos usos son bastante comunes. No se trata solo de considerar materialmente la frase objetiva: como vimos, eso puede ocurrir con un verbo intencional sin pensar en su intencionalidad. Aquí el verbo “ver” no puede tener un objeto meramente intencional; la inexistencia del objeto (de manera absoluta o en determinado contexto) es una objeción a la verdad de la oración. Podemos ver el doble uso del verbo “ver” al contrastarlo con “adorar”. Nadie diría jamás: “No pueden haber adorado unicornios, porque no existen tales seres”.

Segundo, las palabras que representan el objeto de un verbo de sensación se suelen utilizar, por necesidad, para representar objetos materiales de la sensación: esta es su función principal. Para entenderlo, consideremos lo siguiente. Supongamos que veo un elefante de juguete, hecho de plástico y de color rojo brillante, pero que bajo cierta luz me parece de color pardo. Solo si desconozco que el color pardo es mera apariencia puedo decir, sin ningún tipo de contexto especial (por ejemplo, describir impresiones), explicación o humor: “Veo un elefante de juguete que es de plástico y de color pardo”. Esto se debe a que “pardo” como descripción de una apariencia se entiende al comprender la descripción “pardo”: esto describe de qué es la apariencia. Para ello, debe ser en primera instancia la descripción de una cosa de la que sería verdadera (porque la apariencia es una apariencia de eso) en sentido real y no tan solo aparente: está será su función primaria. Pero como es una descripción de una propiedad sensible, en su función primaria también debe poder formar parte de las frases de objeto para los verbos de sentido apropiados, ya que las propiedades sensibles se conocen a través de los sentidos apropiados.

Además, no deberíamos decir “Ser rojo es verse rojo bajo luz normal a la vista de una persona sana”, sino más bien “Verse rojo es verse como se ve una cosa que es roja bajo luz normal a la vista de una persona sana”. Porque si tuviéramos que decir lo primero, ¿cómo entenderíamos entonces “verse rojo”? No consistiría en entender “rojo” y “verse”; debería explicarse como una idea simple, y lo mismo para verse de cualquier otro color. Podría responderse: Todas estas son ideas simples; “verse amarillo” y “verse rojo” son las expresiones correctas para lo que se muestra a alguien cuando se le muestra algo amarillo o rojo, ya que solo aprenderá lo que es “amarillo” y “rojo” a partir de ejemplos si estos se ven amarillo y rojo; por lo tanto, aquello que en realidad aprehende y se le presenta es verse amarillo y verse rojo, aunque digas que lo que explicas es “amarillo” y “rojo”. Esto equivaldría a afirmar que, en sentido estricto, “verse” debería acompañar a toda palabra que describa un color en enunciados de percepción: entonces, ya no cumpliría la función real de la palabra “verse”. Era posible decir: Solo si la persona lo ve rojo aprenderá qué quiere decir; pero era incorrecto inferir: Lo que aprehende como correlación de la palabra “rojo” es una apariencia roja. Incluso en el caso de que supiera que debe aprender el nombre de un color, basarse en algo que solo se ve rojo para enseñarle la palabra se prestaría a confusión; si la persona notara que solo se ve rojo, sería muy natural que supusiera que “rojo” es el nombre del color del que en realidad es. Si alguien le dice: “Es el color del que esto ‘se ve’”, se presupone que “se ve C” y “C” son en origen, y no solo ulteriormente, diferentes: en pocas palabras, que “ser rojo” no se puede explicar, después de todo, como cierto verse rojo.

Una vez más, las cosas no siempre se ven de la misma forma, color, tamaño, etc., pero en general las observamos y describimos diciendo, por ejemplo, “Es rectangular, negro y de unos seis pies de altura”, sin prestar atención a cómo se ven: ¡hasta podríamos decir que las cosas suelen parecernos, impresionarnos, no como se ven sino como son! (La convicción de que esa es la única manera correcta de utilizar “verse” fue causa de confusión para un filósofo del lenguaje ordinario demasiado confiado, en una ocasión muy conocida en Oxford: F. Cioffi trajo un recipiente de vidrio con agua y una varilla dentro. “¿Así que dices”, preguntó, “que esta varilla no se ve doblada?” “No”, dijo el otro, intrépido. “Se ve como una varilla recta en el agua”. Entonces, Cioffi la quitó y estaba doblada.)

Suficiente que decir por el lado del filósofo del “lenguaje ordinario”. Pero yendo a la filosofía de las impresiones sensibles, ¡cuántas cosas destaca y puede investigar que su contraparte suele rechazar quejumbrosamente! Existe algo como la simple descripción de impresiones, la simple descripción de las apariencias sensibles que se presentan a alguien ubicado de tal o cual manera… o a mí mismo.

Por otra parte, la filosofía de las impresiones sensibles acierta en cómo tomar el postulado platónico: “Aquel que ve debe ver algo”. Platón comparaba esto con “Aquel que piensa debe pensar algo” y a veces se lo ha criticado por cuanto “ver” es una relación entre un sujeto y un objeto en el sentido moderno de esta última palabra, mientras que pensar es diferente: que esto o aquello sea el caso no es una cosa. No obstante, “Aquel que ve debe ver algo” se malinterpreta si se entiende como: “Cuando se puede decir correctamente que alguien ve, debe haber algo allí, que es lo que ve”. Así considerada, no es verdadera; decir que es verdadera es desestimar todos los usos de “ver” que no sean el material. El sentido en el que es verdadera es que si alguien ve existe cierto contenido de su experiencia visual. Si dice que puede ver (“puede ver” es una forma de decir “ve” en inglés) se le puede preguntar “¿Qué puedes ver?”. Tal vez responda “No lo sé”. Quizás, eso significa que no sabe cuál es el objeto material de su visión; quizás, sencillamente no sabe distinguir cómo se ve aquello que ve (en cualquier sentido). Pero si es así podríamos pedirle: “Bueno, al menos describe qué colores, qué variación de luz y sombra ves”. Tal vez responda: “Es muy difícil, todo cambia demasiado rápido, hay muchos colores que cambian todo el tiempo, no lo puedo describir, no permanecen lo suficiente”: y eso es una descripción. Pero no puede decir: “¿Qué quieres decir con qué es lo que veo? Solo dije que podía ver, no dije que podía ver algo: no hace falta un ‘qué’ que pueda ver”. Eso sería ininteligible.

Esto trae a cuenta el tercer punto a favor de la filosofía de las impresiones sensibles, que le aporta cierto fundamento incluso en su forma berkeleyana estricta. La mínima descripción posible si alguien puede ver serán colores con sus variaciones de luz y sombra. No se puede decir “¿Color, luz y sombra? Nada que decir al respecto”, como respuesta a una interrogación presente sobre lo que uno ve.

Es decir, esto es así para nosotros. Quizás podríamos imaginar un pueblo cuyo idioma carezca de vocabulario para los colores, aunque sí tengan vista, es decir, que utilicen los ojos y necesiten luz para moverse bien, etc. Un hombre de dicho pueblo al que se le enseñara a leer y aprendiera los nombres de las letras podría descifrar palabras escritas en negro sobre blanco, pero no podría comprender las palabras “negro” y “blanco”. Nosotros diríamos que no sabemos ‘cómo distingue’ las palabras, las formas. ¿Pero no sería lo mismo que decir que nosotros recurrimos a los colores para dar cuenta de cómo distinguimos las formas? Mientras que, para él, tal vez no exista un “cómo distingo” en este sentido, así como no existe para nosotros en cuanto a los colores mismos. Nosotros no preguntamos “cómo distinguimos” que algo es rojo tal como sí preguntamos “cómo distinguimos” que es la palabra “rojo” y aceptamos como parte de la respuesta “al ver estas formas, es decir, manchas de color con estas formas”. Podemos indagar: “¿Cómo puede haber reconocimiento de algo como el patrón de una palabra, un reconocimiento inmediato? ¿Cómo podría ocurrir si no es por la percepción del color?”. (Uno de los orígenes de la noción de las ideas o los elementos simples). Pero aunque en este caso tenemos una explicación de la percepción del patrón mediada por la percepción del color, pensemos en nuestro reconocimiento de las expresiones humanas. Tenemos la impresión de que este es el tipo de cosa que requiere una intermediación, pero fracasamos en nuestros intentos de describir los elementos y las disposiciones por los que, al verlos, reconocemos una expresión alegre o irónica. Sin embargo, se podría decir que, desde el punto de vista óptico, aquel hombre debe verse afectado por la luz de las longitudes de onda propias de los diferentes colores. Sí, ¿pero demuestra eso, por así decir, que el contenido de un concepto de color se imprime en él, de manera que lo único que debe hacer es atribuirle un nombre cuyo uso adaptará al rango de aplicación del de otras personas? Yo creo que esto es lo que se piensa (como Quine al hablar sobre “cuadrado” y la proyección retinal de una placa cuadrada que hace cada hombre).[7] Así formulado, pierde su plausibilidad. Por un lado, el proceso óptico no exhibe nada al hombre en quien ocurre. Por otro lado, ningún concepto es sencillamente dado; cada uno conlleva una técnica de uso compleja de la palabra que lo designa, y que el contenido de una experiencia no podría presentar sin más. El hecho de que no exista un ‘cómo distinguimos’ respecto del reconocimiento de los colores no significa que ejercitarse en ciertas prácticas (eminentemente, las prácticas que conforman esa técnica de uso) no sea tan necesario para la adquisición de conceptos de colores como lo es para los conceptos de sustancias o raíces cuadradas.

Willard Van Orman Quine

Basados en esta falsa concepción de lo primitivamente dado, Berkeley (y Russell) pensaban que todo lo demás en la descripción de lo visto, todo lo que fuera más allá de la disposición de las manchas de colores en el campo visual, era inferencia y construcción. Esto no es aceptable. Existen impresiones de distancia y tamaño, por ejemplo, que son independientes de las presunciones sobre qué es una cosa. Uno puede quedar estupefacto respecto de qué es una cosa tan solo por verla a una distancia diferente de la correcta y, por ende, del tamaño incorrecto. O viceversa. Una vez, abrí los ojos y observé la superficie de impacto oscura de una caja de fósforos en posición vertical; los otros lados de la caja no se podían ver. Estaba a unos pocos centímetros de mi ojo y la observé, perpleja, mientras me preguntaba qué podría ser. Si se me pidiera describir la impresión tal como la recuerdo, diría: “Algo negro y rectangular, en posición vertical, a casi un metro de distancia, de casi un metro de alto”. Pensé que estaba más o menos a un metro, y si se parecía a algo, diría que a un poste grueso, pero estaba segura de que no había tal cosa en mi habitación. O también he confundido un librito de oraciones negro con un volumen grande, tamaño Biblia familiar, pensando que estaba sobre un apoyapiés a unos centímetros, en lugar de en una repisa cercana a la altura de los ojos. No se trataba de estimaciones de distancia basadas en identificaciones de cosas: las suposiciones de qué cosas pudieran ser se basaban en impresiones de tamaño a raíz de falsas impresiones de distancia.

Al diferenciarnos de Berkeley, entonces, podemos observar que las descripciones de las impresiones visuales pueden ser muy ricas y variadas. Puede haber impresiones de profundidad y distancia, y de posiciones y tamaños relativos; de tipos de cosas y tipos de material y textura, incluso de temperatura; de expresiones faciales y emociones, de humores y carácter; de acción y movimiento (en la impresión estática), y de vida y muerte. Incluso en el marco de la descripción “colores con sus variaciones de luz y sombra” existen diversos tipos de impresiones.

Resta determinar las relaciones entre los objetos materiales e intencionales de la sensación; tal como hice hasta ahora, me concentraré en la visión.

Si bien siempre debe existir un objeto intencional de visión, no es necesario que siempre exista un objeto material. Es decir, “X vio A”, donde “vio” se utiliza materialmente, conlleva cierta proposición “X vio”, donde “vio” se utiliza intencionalmente; pero no ocurre lo mismo a la inversa. Esto lleva a la sensación de que el uso intencional precede en cierta forma al uso material. La sensación parece ser contraria al reconocimiento, a la sensación, de que para las descripciones de los objetos de la vista el uso material es el precedente. Ambas sensaciones se ven satisfechas —de manera legítima— al aceptar que la visión requiere por necesidad un objeto intencional, a la vez que se admite que esto no confiere prioridad epistemológica a las oraciones puramente intencionales; de hecho, en multitud de casos muy cotidianos en los que se informa lo visto, jamás se formulan o consideran.

John Langshaw Austin

John Austin, quien se oponía a la idea de que existan dos sentidos de “ver” según la visión sea verídica o no, afirmó de manera casual que quizás existan dos sentidos de “objeto de visión”. Creo que fue a este respecto que contrastó “Hoy vi a un hombre nacido en Jerusalén” con “Hoy vi a un hombre afeitado en Oxford”, ambas expresadas en Oxford. En cualquier caso, uno diría que no lo vio nacer hoy; quizás sí vio a alguien ser afeitado. Entonces, si bien la descripción es verdadera en relación con lo visto, en cierto sentido no expresa lo que uno vio. Una descripción que es verdadera respecto de un objeto material del verbo “ver” pero que expresa algo que “uno no pudo haber visto” en absoluto o según el contexto necesariamente expresa solo un objeto material de la visión.

Al hablar del objeto material de apuntar, dije que si un hombre apuntara a una mancha oscura en el follaje y dicha mancha fuera el sombrero de su padre, con su cabeza dentro, entonces el padre sería el objeto material de esa acción; pero si apuntara a una mancha en plena alucinación y le acertara a su padre, no se podría decir lo mismo.

Pues bien, si intentamos llevar esta explicación al caso de la vista nos toparemos con ciertas dificultades que se remontan al caso de la acción de apuntar. Pero en el caso considerado, el objeto material de la acción de apuntar era, tal vez, un objeto intencional de la vista. ¿Qué otra —podemos preguntarnos— podría ser una mancha oscura en el follaje?

Esto parecería llevarnos a confusión, pues sin dudas lo que es solo un objeto intencional de la visión no puede ser un objeto material de la acción de apuntar. Entonces, ¿cuándo expresa una descripción un objeto material de la vista? Ya vimos un tipo de caso: cuando una descripción es verdadera respecto de lo que se ve, pero no expresa un objeto intencional. “Veo a un hombre cuyo tío abuelo falleció en un manicomio”: la cláusula relativa da una descripción que no es intencional en absoluto. “Veo a una muchacha que tiene un lunar entre los omóplatos”: en la circunstancia determinada, representa una descripción no intencional, ya que está frente a mí, etc. “No pudiste haber visto eso”, dice alguien.

¿Pero por qué? Si no puedo verlo, ¿por qué puedo ver el tomate del profesor Price? Tiene una parte trasera que no veo. Thompson Clarke nos hace notar el hecho de que la imagen de un tomate y de medio tomate puede ser exactamente la misma. Eso es así; pero no se asemeja al hecho de que la imagen de alguien con o sin un lunar entre los omóplatos puede ser exactamente la misma. Si uno observa el tomate y le da un solo vistazo, debe ver lo que quizás sea solo medio tomate: de eso se trata ver un tomate. Mientras que sí existe una visión del lunar: ninguna visión frontal es una visión de un lunar entre los omóplatos. Este lunar no incide en la visión frontal como podrían hacerlo una muerte inminente o una multitud de problemas, entonces no existe una impresión de él, tal como no existe un aspecto de “nacido en Jerusalén” en un hombre.

Pero un objeto material de la vista no tiene por qué obtenerse a partir de una descripción de lo que está ante mis ojos cuando están abiertos y veo; si estuviera en un estado de alucinación total, entonces no vería lo que está ante mis ojos en ningún sentido. Así, para un objeto material de la vista es esencial poder ser expresado por una descripción que sea verdadera respecto de lo que se ve; debemos indagar en el significado de esta frase, lo que se ve.

El problema es el siguiente: existe un objeto material para cualquier acción φ si existe una frase que exprese un objeto intencional de φ y que también describa lo que existe en una relación apropiada con el agente de φ. Esta no puede ser una descripción de lo que existe si solo describe el objeto intencional de otro acto (apunta a la mancha oscura que ve); si la mera descripción de un objeto intencional de φ no garantiza (como sin dudas no lo hará) que se haya descrito un objeto material de φ, entonces ¿cómo podría expresar el objeto material de algún otro verbo de φ?

Todo sería muy sencillo si pudiéramos decir: tenemos un objeto material de la visión solo si alguna descripción intencional también es verdadera de lo que existe realmente (físicamente). Y quizás podamos decir que la mancha oscura en el follaje no es solo un objeto intencional de la vista; en verdad existe un objeto o una zona oscura allí.

Pero no siempre es así cuando vemos. Supongamos que tengo problemas de vista: lo único que veo allí es una nebulosa brillante. Esa nebulosa, por ejemplo, es mi reloj. Decimos por lo tanto que veo mi reloj, aunque de manera muy indistinta, y pretendo decir que mi reloj es el objeto material de la vista. Pero quizás no pueda verlo como un reloj: lo único que veo es una nebulosa brillante. Sin embargo, la descripción “una nebulosa brillante” no es verdadera respecto de nada que exista físicamente en este contexto. Si suponemos que el padre llevaba un sombrero oscuro, se seguiría —por mencionar el problema que desconcertó a Moore durante tanto tiempo— que la mancha oscura en el follaje era parte de la superficie de un objeto material (en el sentido moderno); pero, sin dudas, ‘una nebulosa’ no es parte de la superficie de mi reloj. Sin embargo, puede que no tenga otra descripción de lo que veo más que “una nebulosa brillante allí”. ¿Existe, entonces, alguna descripción intencional que también sea una descripción de un objeto material de la vista?

Sí; pues aunque mi reloj no sea una nebulosa, es algo brillante y está allí. Supongamos que hubiera dicho: “Veo una nebulosa roja más o menos triangular aquí”, y que se hubiera podido descubrir cierta conexión causal a través de los centros visuales del cerebro entre aquello y la presencia de mi reloj allí. ¿Hubiera sido correcto decir: “Lo que veo es mi reloj”? Creo que no.

Bertrand Russell

Un caso interesante es el de las muscae volitantes, como se les dice. Uno consulta al médico y le dice: “Me pregunto si tengo algún problema en los ojos o en el cerebro. Veo”, —o quizás “Me parece ver”—, “manchitas flotantes ante los ojos”. El médico dice: “No es nada grave. Sí están allí”, —o “Lo que ves está allí”—, “solo son unos restos que flotan en el humor del ojo. Estás un poco cansado y por eso tu cerebro no los ignora, eso es todo”. Las cosas que él dice que veo no están allí donde digo verlas: esa parte de la descripción intencional no es verdadera respecto de nada relevante; pero él no dice que lo que veo son esos restos solo porque los restos son la causa. En realidad sí hay manchitas flotantes. Si me provocaran ver un diablito rojo o la figura de un ocho, no diríamos que los veo. Tal vez sea posible pensar en casos en los que no exista nada en el objeto intencional que sugiera una descripción de lo que se ve materialmente. Dudo que esto pueda ocurrir, excepto en casos de una percepción muy confundida: ¿cómo podría una descripción intencional muy definida estar ligada a un objeto material de la vista tan diferente? En tales casos, si estamos en duda, recurrimos a mover el supuesto objeto material para comprobar si su imagen borrosa, descolorida o fuera de lugar se mueve.

Cuando dijiste: “Veo”, creyendo que los objetos eran ilusorios, la intención era dar una descripción puramente intencional; las palabras “manchitas flotantes” tenían un uso secundario. Resultó ser una sorpresa que fuera correcto dar un sentido material a las palabras. En el famoso caso de la ilusión con mescalina de H. H. Price, cuando  pudo describir lo que veía sin ningún trastorno en el juicio (una gran pila de hojas en su cubrecama, que sabía que no estaba allí), otra vez tenemos un uso secundario: las palabras “una pila de hojas” tenían la sola intención de describir una impresión.

Cabe destacar que muchas veces no es posible aseverar si una persona usa la palabra “ver” en sentido material o no: es decir, si utiliza la palabra “ver” de manera tal que tuviera que corregirse si lo que dijera haber visto no estuviera allí en verdad. Si estuviera viendo erróneamente algo que está allí, por lo general querría corregirse y descubrir “qué es lo que vio en realidad”. ¿Pero qué ocurre si lo que ve es una alucinación?

La cuestión sería: suponiendo que ese resultara ser el caso, ¿uno afirmaría que utiliza “ver” en un sentido tal que solo haría falta alterar la intención al describir el objeto, pasando de pretender el uso primario como descripción del objeto material de la vista a pretender el uso secundario como descripción de una mera impresión?

Frente a semejante pregunta, tenemos derecho a rechazarla, en general; como diría Tommy Traddles: Pero no es así, sabes, así que no lo supondremos si no te molesta. E incluso aunque no tuviéramos derecho a ello, no solemos suponer tal cosa, y por eso no tenemos una respuesta preparada. No hace falta que hayamos usado con la palabra “ver” de una u otra forma de manera tan determinada.

Podríamos decir algo parecido sobre el ‘miembro fantasma’. Considero que la parte del cuerpo en la que se siente dolor es el objeto de una expresión verbal transitiva, “sentir dolor en —”. Entonces, ante la falta de un pie, cuando X, que no está al tanto de ello, afirma sentir dolor en el pie, puede decir luego que estaba equivocado (“No vi un león allí, porque no había ningún león”) o puede modificar su comprensión de la frase “mi pie”, de manera que se vuelva un objeto puramente intencional de la expresión verbal. Pero no tiene por qué estar predeterminado —en el caso normal de sentir dolor— si la intención de expresar “Siento dolor en —” es tal que uno necesite corregirse, o bien, sencillamente alterar la intención para describir dónde se ubica el dolor, si uno se diera cuenta de que tal lugar no existe.

[IV] Le debo mi agradecimiento al profesor Frank Ebersole por contarme una experiencia suya que dio lugar a este ejemplo.

[V] Ejemplo de M. Luckiesh.

[VI] Ejemplo de W. James.

[VII] Word and Object (Cambridge, Mass., 1960), p. 7.

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