Comentario sobre la traducción de
“Immaterial Aspects of Thought”,

J. F. Ross

James Francis Ross (1931–2010) fue un filósofo estadounidense que abarcó una amplia gama de disciplinas académicas, como filosofía de la religión, jurisprudencia, metafísica y filosofía de la mente. Asimismo, supo combinar en su obra tradiciones filosóficas de distintas épocas y abordar cada una con admirable agudeza. Basta notar en el artículo que presentaré a continuación cómo retoma una de las posiciones centrales de las tradiciones platónica y aristotélica, la inmaterialidad de la mente, pero propone argumentos evidentemente contemporáneos, basados en la filosofía analítica del siglo XX.

Casi un desconocido total para el mundo hispanohablante, al leer algunos de sus artículos me impresionó hallar a un pensador, nuevo para mí, con una enorme solidez académica y unas perspectivas muy interesantes e innovadoras que, quizás por defender posiciones opuestas a las de muchos filósofos en boga en los principales círculos intelectuales contemporáneos, no recibió aún la atención y el estudio que merece. Sin embargo, más me sorprendió descubrir que (hasta donde sé) ninguno de sus artículos o libros había sido traducido al español. Confieso que la lectura de Immaterial Aspects of Thought fue uno de los primeros hechos que me hizo considerar la posibilidad de iniciar este blog y tener el deseo de difundir textos antes desconocidos a través de la herramienta de la que dispongo: la traducción.

Immaterial Aspects of Thought [Aspectos inmateriales del pensamiento] es un texto que evidencia la sofisticación académica de su autor. Su estilo es un tanto desalentador para quien desconozca la terminología específica o no tenga un mínimo conocimiento previo de las cuestiones que aborda y puede resultar áspero incluso para quienes estén familiarizados con ellas. Sin embargo, también se puede decir que este uso del lenguaje técnico, entendido en el contexto, aporta concisión y precisión a su discurso y es lo que hace de su escrito un argumento férreo.

A la hora de traducirlo, este estilo es a la vez una dificultad y una solución. La dificultad radica sin dudas en la fase de la comprensión del texto, por la aparente hermeticidad y porque la estructura lógica de las oraciones (¡tan compleja!) requiere de un uso enrevesado de la sintaxis, incluso en oraciones breves, que por momentos hace necesario releerlas más de una vez. La solución que aporta, por otro lado, radica en la fase de la reescritura, ya que el lenguaje técnico elimina en muchos casos la posibilidad de ambigüedades y allana el camino para lograr una versión igual de contundente y precisa que el texto original. En este sentido, se vuelve una necesidad replicar la sintaxis enrevesada (por más que nuestro corazón de estilistas nos pida lo contrario), ya que no hacerlo destruiría la arquitectura lógica de la proposición.

En referencia a los neologismos que aparecen, es decir, la mención del concepto de “verdazul” de Nelson Goodman o la “quadición” de Saul Kripke, decidí no hacer ninguna aclaración más allá de las que ofrece el autor. Las notas al pie en el original son de por sí nutridas y el texto mismo se encarga de explicar la información relevante. También se pueden consultar las obras de los respectivos autores. En cuanto a la presentación ortotipográfica de dichos neologismos, preferí seguir las decisiones del autor. Si bien los conceptos como “quus” son, cuando menos, exóticos y ameritarían el uso de comillas en cada ocasión, consideré que la fuerza del argumento sobre la indeterminación que expone Kripke cobra vigor al equiparar una función formal perfectamente aceptable y corriente, como la adición, con una función formal “inventada”, como la “quadición”. Interpreté, entonces, que la mejor manera de demostrar esta igualación de funciones reales e imaginarias sería dar la misma presentación ortotipográfica a ambos conceptos (quizás también haya sido la idea del autor), aun cuando el uso común dictara lo contrario. En cualquier caso, el uso en el original fue siempre mi punto de referencia.

En conclusión, las dificultades en este texto del pensador James Ross no radican tanto en la traducción en sí, sino más bien en su lectura, por tratarse de un contenido complejo que exige al lector una atención constante y comprender a fondo cada uno de los pasos del argumento antes de poder avanzar al siguiente. El lenguaje técnico y el estilo seco, poco elegante, crean una barrera inicial, pero una vez atravesada, su uso se justifica por la precisión y la solidez argumental que alcanza. Estas últimas características deberían constituir sin duda un ejemplo para todo académico que se precie de llamarse “filósofo”, un título que Ross supo merecer. Valga la decisión de ser el primer trabajo que publico en mi blog como una muestra de mis objetivos y deseos para este espacio.

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